miércoles, 9 de julio de 2014

DISERTACIÓN NºII

Desde el comienzo de la Humanidad, pongámosle cuando el ser humano adquiere conciencia de sí mismo y de su papel en el mundo, y a la vez, por contraposición, de su muerte y de su finita existencia, podemos encontrar creencias muy arraigadas que tratan de explicar fenómenos inexplicables, respuestas a las preguntas que suponen prioridad máxima para seres con el poder más grande de todos: la razón. Preguntas como: “¿quién soy?”, “¿de dónde vengo y a dónde voy?”, “¿por qué y para qué estoy en este mundo?”, “¿cuál es mi destino?”.

Completamente todas las culturas de nuestro planeta, a lo largo de toda la historia de la Humanidad, desde las grandes civilizaciones como los mesopotámicos, egipcios, romanos, pasando por pueblos o tribus pequeñas y llegando a nuestros tiempos, han tenido algún tipo de creencia espiritual o religiosa, que ha tratado de explicar aquello que nos rodea y nos conforma, llegando a ser pilares centrales de sus respectivas culturas y sociedades, y dando un sentido más amplio de yo, como parte de un todo, de un sistema organizado.

Con los avances del conocimiento, y de la ciencia en particular, pareciera como si la religión/espiritualidad fuera perdiendo fuerza, por lo menos en lo referente a los países llamados “civilizados” o “avanzados”, en Europa, cuya presencia recuerda más a la de un fantasma que poco a poco va perdiendo nitidez en los dibujos de las mentes modernas. Esto es un efecto más que esperable si nos fijamos en cómo ha sido tratada la religión en estos países. En España, por ejemplo, podemos echar la vista atrás y ver cómo el Estado se sirvió de la misma para conseguir sus fines y controlar a los ciudadanos, insertando represión y miedo. Es decir, tomando a la religión no como una necesidad real, como es comer, dormir, y algo que en cualquier caso, debería de ser bueno para el hombre, ayudando a encontrar una dimensión más amplia, más interesante del mundo y de sí mismo, que termine de dar sentido a lo que estaba y a lo que hemos creado también; sino más como una imposición, sirviéndose de esta como una empresa-organización, que más que para los demás y de los demás, por derecho intrínseco, pareciera un sutil medio de manipulación mental y comportamental institucionalizado y dogmático.

Si añadimos a la represión y al miedo durante siglos las atrocidades que los componentes de los que se hacen llamar mensajeros de Dios, o educadores de Dios han cometido y que han salido a la luz (violaciones, maltratos, torturas, asesinatos de la Inquisición, pederastia, etc. -lo cual es normal, porque participan de la condición humana, en condiciones no humanas, como son el tener que cumplir sus votos y no poder tener relaciones sexuales, algo necesariamente humano por naturaleza y que está reprimido, por lo que saltará en forma de perversión-). Es más que entendible que la fe esté de capa caída en estos momentos históricos, y si a esto unimos los avances de la ciencia, que ponen en entredicho muchos preceptos y dogmas de múltiples religiones, tenemos servido el plato del panorama religioso actual, pero no espiritual, que ciertamente muchos confunden o más bien funden.

En efecto, tener creencias espirituales sólo pasa por creer y sentir que existe algo más allá, sin pasar por dogmas o rituales repetitivos sin un sentido lógico-interno para la persona. La religión, en cambio, son rituales repetitivos impuestos (como rezar de forma monótona, normalmente sin prestar atención ni a lo que se está expresando, o acudir por compromiso a misa), fundamentados en dogmas que no atienden a las necesidades espirituales reales de quienes llevan a cabo estas prácticas religiosas.

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